Hoja 4

Como postre para un rico almuerzo en San Antonio de los Cobres, decidimos ir hasta el Viaducto de la Polvorilla y ante la ausencia de tránsito ferroviario, cruzar sobre él. Con la luz justa para un registro fotográfico ideal, dedicamos casi una hora a este rito, el cual fue súbitamente interrumpido por un ejercicio de reposición de un bulón de la barra estabilizadora en la camioneta de Pablo. Ante la falta de uno de repuesto, el ausente fue suplantado por un bulón extraído del Hi-Lift.

Y como todo postre debe tener su cereza, esta no se haría esperar. Al término de las fotos, encaramos hacia la Mina Concordia, yacimiento de Boro abandonado unos veinte años atrás. Paseamos por las instalaciones y hasta nos metimos dentro de los túneles, buscando algo y nada al mismo tiempo.

Nuestro jugueteo vespertino terminó con una sesión de orientación por GPS, en un intento de encontrar una salida que no fuera el camino tradicional desde la mina hasta San Antonio de Los Cobres. Llegamos al hotel justo para darnos una cálida ducha y sentarnos al lado del hogar a tomar unas copas de vino, mientras esperábamos nuestra cena.

El postre y un par de jarras más de vino, pasaron a mejor vida también a un lado del fuego, en compañía de la Laptop de Pablo, que oficiaba esta vez de equipo de audio, en vez de instrumento de navegación. Lentamente y uno tras otro, nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente, recogimos nuestros termos, que habían quedado en poder del encargado del hotel para ser llenados con un extraño brebaje, conocido como “Te de la Puna”. Es curioso pensar siquiera, en porque el mencionado personaje apodaba a los termos “Misiles Patriot”. Más curioso es aún, pensar que los bebimos sin dudarlo mientras comenzábamos nuestro ascenso hacia el Abra del Acay.

Llegamos a los 4975 metros sin contratiempos, pero con casi todos los integrantes salvo Javier, haciendo uso de los tubos de oxigeno que oportunamente habíamos traído desde Buenos Aires. Y por lo visto, la falta de oxigeno no fue problema para Javier, quién continuó ascendiendo por la ladera de la montaña hasta que el GPS de Carlos rompiera la barrera de los 5000 metros. Otros mientras tanto, sacábamos fotos e intentábamos no congelarnos por las bajas temperaturas y el fuertísimo viento.



Comenzó nuestro descenso con un poco de atraso, y la marcha se tornó definitivamente lenta debido a que el estado del camino así lo exigía. Igualmente, la belleza del paisaje distraía de tal manera que hubiera sido un pecado circular aunque sea dos kilómetros por hora más rápido.

Promediando la bajada, una curiosa y atrevida Llama se plantó delante nuestro, como demandando algún tipo de peaje por el uso del camino, introduciendo casi todo su cuello por la ventanilla del en ese momento copiloto Pablo. Fotos por doquier, y algunas carcajadas y ya estábamos en movimiento otra vez, en dirección a La Poma, para visitar la caverna con el río subterráneo, conocida como Puente del Diablo.

Muy gracioso se tornó el mediodía, cuando Carlos, afectado quizás por el apunamiento sufrido en el abra, comenzó a hacer chistes en relación a la supuesta inmortalidad de los habitantes del antiguo pueblo de La Poma, destruido durante un terremoto en 1930. Su juego continuó a través de la radio por unos cuantos minutos, manteniendo la atención de todos, incluso combinando supuestas apariciones fantasmagólicas que relataba con total entusiasmo. El juego por él iniciando nos mejoraría el humor lo suficiente para soportar los próximos 200 kilómetros del peor serrucho de la ruta 40.

Nos detuvimos en Cachi para comprar unas empanadas y repostar combustible, cargando el suficiente para llegar hasta el próximo punto de detención en nuestra ruta del día viernes, las Ruinas de la civilización Quilmes, en el norte de la provincia de Tucumán.

El descenso por el hermoso paisaje de los Valles Calchaquíes fue por demás divertido, e incluyó unos 100 kilómetros de disertación sobre la clásica pregunta: “¿En el ripio, Doble o Simple?” Los ejemplos prácticos estuvieron a cargo de Gusti, derrapes controlados en tracción simple incluídos.

Llegando a San Carlos pensamos en parar a comprar pegamento “Corega Tabs”, ante la posibilidad de perder algunas piezas de nuestras dentaduras, debido al pesadísimo ripio. Por suerte, desde allí en adelante, la ruta 40 es de asfalto. Atravesamos Cafayate y al llegar a Ruinas de Quilmes nos dirigimos al sitio arqueológico para dar una recorrida por la zona. Lamentablemente no fue posible tomar ni siquiera un café, ya que el comedor y la cafetería no están abiertos fuera de temporada.

Estábamos a solamente 80 kilómetros de Tafí del Valle, donde pensábamos pasar la última noche de travesía. Un faldeo de asfalto tranquilo nos esperaba por delante, pero una espesa neblina cortó en seco nuestro ritmo, que bajó de 70 kilómetros por hora a unos míseros veinte, ya que no podía verse siquiera las líneas de demarcación de la ruta.

La colaboración del grupo fue vital para atravesar este obstáculo sin problemas. Algunos ponían toda su atención en la ruta, ya fuera con la vista o con el track del GPS, mientras otros hacían todo lo posible para entorpecer el ritmo de marcha, sacando fotos con flash y jugando con una linterna. Esos últimos 15 kilómetros fueron los más difíciles de todo el viaje.

El cansancio del extenso día se reflejó en la casi ausente sobremesa de la cena de despedida, y en la temprana hora en que nos fuimos a dormir. Los casi 1300 kilómetros del regreso a Buenos Aires dieron lugar a charlas, chistes y hasta tiempo suficiente para redactar este relato en la laptop, terminado entre Casilda y Rosario, sobre la ruta 92.

TOYOTA ADVENTURE TEAM

Andrés Gutovnik (Piñon Fijo)
Pablo Perez (Cabeza de Huevo)
Javier Pla (Delta 1)
Gusti Fernandez (La Estrella)
Carlos Correia (Pastilla)