Charlando entre amigos en el 4x4Cafe, surgió la idea de no esperar los obligatorios tres meses para el recupero de nuestras economías para encarar la siguiente travesía. Calculamos que si viajábamos compartiendo los gastos, podríamos armarnos pronto una salida interesante, luego del espectacular viaje a Misiones.

La ruta fue propuesta por Sebastian Bagnatto, quién habiendo vivido en Mendoza por casi 4 años, conocía todos los caminos de la zona a la perfección y los había recorrido en su mayoría en su moto unos años antes. Recorreríamos lo que en el libro del Colo se conoce como “La ruta del Telégrafo”. Esta es la ruta que acompañaba el antiguo tendido telegráfico que unía la ciudad de Uspallata con Mendoza Capital.

El tramo no era muy largo ni exigente, y además, prometía excelentes vistas y lugares para investigar, como las minas abandonadas de la zona que nos dedicaríamos a explorar o la visita al Cerro de los 7 Colores. Planificamos pasar una noche en la montaña y al día siguiente intentar un confluence que estaba en la zona.

Los participantes de la salida fuimos:

Javier Pla y Gusti Fernandez (Hilux Limited Perlada)
Sebastian Bagnatto y Guille “Bichito de Luz” (Hilux Blanca)
Pablo Perez y Andres G. (SW4 Perlada)

Planificamos a la perfección los tiempos de salida, el lugar de encuentro y los lugares para repostar durante la ruta con mucho tiempo de anticipación. Llegadas las 20 hs. del Jueves 12 de Junio, nos encontramos en la estación de servicio YPF que está apenas pasando el puesto de Peaje del Camino del Buen Aire.

Allí nos enteramos que Sebas Bagnatto tenía problemas eléctricos con su camioneta, y que debíamos esperarlo hasta que los lograra solucionar. Con casi una hora y media de retraso, la Hilux Blanca apareció en la estación de servicio y desde allí partimos con intenciones de viajar toda la noche hasta Mendoza.

Al entrar en la ruta 7 pasando Luján, nos encontramos con una densa neblina, que nos acompañó hasta pasando el pueblo de Vicuña Mackena en la provincia de Córdoba. El viaje duró casi 11 horas, arribando a la cabaña - ubicada en la zona de Challao - que habíamos alquilado para el fin de semana cerca de las ocho y media de la mañana.

Nos metimos en la cama un rato, para estar descansados y aprovechar parte del día. Nos levantamos para almorzar y visitar la bodega La Rural. Esta combinación de etílico almuerzo y etílico paseo puso en jaque a más de uno, pero por suerte habíamos decidido salir con solo dos vehículos...

Al regreso de la bodega nos aprovisionamos en el Wal-Mart local y regresamos a la cabaña para alistarnos. Cargamos las camionetas y dejamos todo listo para partir bien temprano a la mañana siguiente, antes que saliera el sol. Javier Pla aceptó la impopular tarea de despertarnos a todos, a las 6 am, gesto que fue agradecido con cálidos y amables almohadonazos, zapatazos y lanzamientos de elementos en general.

Una vez arriba y siendo aún de noche, abordamos las chatas y nos acercamos a la estación de servicio del barrio Dalvian, que estaba cerca de las cabañas. Allí nos aprovisionamos de hielo para las heladeras, algunas latas de Energy Drink y un par de paquetes de cigarrillos. Partimos desde la estación de servicio hacia el este, con un cielo que comenzaba a ponerse celeste, anticipando la incipiente salida del sol.

Llegamos al acceso de tierra que nos llevaría hacia arriba en la montaña, justo cuando el sol comenzaba a mostrarse en el cielo. Veníamos muy bien de tiempos, ya que solo nos detuvimos para chequear la presión de una de las cubiertas de la chata de Sebas. Continuamos la marcha por el sendero, que por momentos requería el uso de la reductora debido a las empinadas pendientes.

Alcanzamos un monolito que marcaba los 2000 metros de altura (2200 para los GPS) y nos detuvimos para una breve sesión fotográfica en el lugar. Nuestra sorpresa no fue poca al bajar de las camionetas, ya que sentimos inmediatamente la calidez del viento Zonda que soplaba con fuerza. Sebastián, hombre de aprender de sus experiencias, anticipó que la combinación del Zonda con las oscuras nubes que se veían hacia el oeste producirían intensas nevadas. La mayoría de nosotros, con camisas livianas y ánimos jocosos, nos tomamos la advertencia un poco en broma. Más tarde veríamos que tenía razón.

Al salir del monolito de los 2000 metros, encontramos algunas pendientes para jugar a balancear las chatas. Nuevamente más fotos y un breve repaso de los horarios para asegurarnos de no estar retrasados en la hoja de ruta. Pensábamos alcanzar el monolito de los 3000 metros, conocido como Guardahilos, cerca de las 13 horas con la intención de almorzar en las cercanías del lugar.

El ascenso continuó sin pausas, atravesando la bellísima estancia de Casa de Piedra. A esta altura comenzamos a circular sobre el lecho del río homónimo, y bordeando el Cerro Pelado. Trepamos la ladera del Alto de los Manantiales y encontramos el sitio de demarcación de los 3000 metros de altura.

Múltiples fueron las paradas que debimos realizar, ya que para evitar todo tipo de efecto negativo que pudiera producir la altura, el grupo completo consumió más de 3 litros de agua per cápita en menos de dos horas, con la consecuente necesidad de evacuar con mayor frecuencia.

Ya en los 3000 metros disfrutamos de hermosas vistas que ofrecía el punto alcanzado, con la cordillera totalmente nevada hacia adelante y el árido aspecto de la zona este de Mendoza a nuestras espaldas. Desde allí en adelante comenzábamos a encontrarnos con nubes cada vez más oscuras sobre nuestras cabezas, preludio de los cambios climáticos por venir. La fuerza del viento nos forzó a abandonar el lugar antes que nuestras retinas quedaran totalmente impregnadas con la belleza del paisaje.

Desde este punto comenzamos a descender por la Quebrada de los Manantiales, hacia la estancia Cueva del Toro y desde allí, hacia la Pampa de Canota donde pensábamos almorzar. Nos detuvimos en un refugio cerca de las dos de la tarde y almorzamos algunos sandwiches, sopas calientes y café, ya que el viento frío era cada vez más intenso y el sol no llegaba a compensar su impacto sobre cualquier superficie de piel expuesta directamente.

Retomamos el avance y llegamos a la zona donde debía aparecer el refugio donde pensábamos hacer noche. Lamentablemente, Sebastián no podía recordar exactamente su ubicación, ya que circulando por estas zonas en moto se suelen tomar desvíos constantemente, y no poseíamos waypoints ni nada parecido respecto de la locación del refugio.

Contábamos con el dato que figuraba en la carta topográfica de Uspallata de 1 en 100.000, que nos mostraba que a ambos lados del camino que transitábamos existían diversas minas de Talco y de Amianto. Una vez encontrada la primera bifurcación, decidimos separar el grupo. Sebastián junto con Guille, Javier y Gusti tomarían por la derecha, hacia la Mina de Agua Grande. Pablo y yo continuamos avanzando hasta observar una distante construcción sobre el lado izquierdo de la ruta, a unos 3 kilómetros de distancia.

Elegimos visitar la construcción para comprobar si sería posible pasar la noche allí, pero para nuestra desilusión, no tenía techo. Encontramos varios accesos a las explotaciones mineras de la zona, conocida como Mina Santa Elena. Siempre en contacto por radio con el otro grupo, los pusimos al tanto de nuestro ingreso a la mina con intenciones de explorarla.

Javier Pla contestó que ellos intentarían lo mismo en la mina que habían encontrado, además de comentarnos sobre el pueblo abandonado que estaban visitando. Por suerte, algunas de las construcciones estaban en condiciones para pasar la noche, por lo que nos relajamos un poco y nos dedicamos a divertirnos por un rato.

Junto con Pablo, nos equipamos con handies, linternas, lingas y guantes para descender dentro de la mina, tarea que se tornaba excesivamente ardua por el polvo de amianto que se levantaba con cada una de nuestras pisadas. Nos internamos varios metros hacia adentro y comenzamos a descender, hasta encontrar un enorme agujero por el cual intentamos bajar, pero nuestra valentía fue menos que nuestra cobardía (ayudada por la falta de luz natural), por lo que decidimos regresar.

Al salir de la mina nos comunicamos con el otro grupo, quienes comentaron sobre su exploración y nos pusieron al tanto de su regreso al punto de encuentro designado. Mientras ellos regresaban, decidimos con Pablo avanzar con la chata hasta otras entradas de la mina que habíamos visto. Estacionamos la camioneta cerca de un pozo profundo y comenzamos a caminar.

Luego de casi una hora de paseos, encontramos varios túneles de diversas longitudes, pero nada de significativo interés. Regresamos hasta la chata y esperamos al arribo de las dos camionetas restantes, quienes al arribar nos pusieron al tanto del estado del lugar donde pasaríamos la noche.

Al mostrarles la profunda boca de ingreso próxima al lugar donde habíamos estacionado, decidimos entre todos que intentaríamos bajar, utilizando el malacate de una de las chatas y con un par de eslingas cortas oficiando de arnés improvisado. El conejillo de indias sería Gusti, quién equipado con un par de guantes de cuero se aferró al arnés y se entregó a la voluntad de quién comandara el winch.

Muy graciosa resultó la situación cuando a la hora de elegir al conductor del malacate, todos los involucrados en la maniobra, incluido quién escribe, intentaron rápidamente deshacerse del control remoto para no enfrentar semejante responsabilidad.

Con la camioneta casi encima del pozo, los primeros dos metros de bajada eran bastante simples, aunque por lejos los más intensos. Una vez tomado el ritmo, Gusti descendió casi 20 metros dentro de la oscura caverna, donde al llegar al fondo desató el arnés y lo dejó subir para que pudiera descender nuestro siguiente héroe.

El siguiente turno le tocó a Javier Pla. Pacientemente se envolvió con las eslingas y colocó el grillete en la punta. Comenzó a descender mientras Gusti desde abajo se quejaba de las piedras que caían mientras Javi bajaba. Estando abajo sacaron algunas fotos, mientras quienes quedábamos arriba empezábamos a abrigarnos ante el viento que comenzaba a arreciar.

Nos preparamos un cafecito y comenzamos a escuchar los gritos de los chicos pidiendo que los subiéramos. Chistes por medio, subimos a Javi y a Gusti y partimos hacia Mina Agua Grande.

Llegamos al caserío abandonado y nos dispusimos en grupos para preparar el lugar donde dormiríamos. Algunos juntamos maderas y puertas para tapiar las aberturas del lugar. Otros limpiaron el piso y removieron los escombros, mientras los últimos encendían fuego en el hogar para calentar el ambiente.

Cerca de las nueve de la noche estábamos ya entrando en calor, y Gusti se dispuso a preparar la cena. El menú: Fideos con salsa de Verdeo o salsa Napolitana... una delicia!.

Terminamos la cena cerca de las diez y media y comenzamos a preparar las bolsas de dormir y los colchones inflables. El cálculo del consumo de leña nos asustó un poco, ya que en menos de tres horas habíamos utilizado casi cinco de las diez bolsas de algarrobo que habíamos traído. Decidimos salir a recorrer nuevamente en búsqueda de cualquier pedazo de madera para quemar, y en media hora habíamos juntado suficiente madera para llegar a la mañana siguiente.

Para nuestra sorpresa, mientras regresábamos con la leña, comenzamos a sentir sobre nuestros rostros la nieve que comenzaba a caer suavemente sobre el lugar. Sebas salió y miró el cielo como hacen los puesteros en el campo. “Si no cambia el viento, tendremos más de 30 cm de nieve por la mañana” – sentenció.

Al meternos en las bolsas de dormir, acordamos que Sebas y yo nos encargaríamos de mantener el fuego, y Javier verificaría la cantidad de nieve caída y se encargaría de encender los motores en caso de caer excesivamente la temperatura (ideal resultaba para esta tarea, su reloj-termómetro!)

Cuando nos levantarnos a la mañana siguiente, pudimos ver el pequeño pueblo pintado de blanco, con casi 15 cm de nieve que cayeron durante la noche. Preparamos un liviano desayuno y calentamos algo de agua para los termos, mientras el resto ordenaba las bolsas de dormir y recogíamos la basura acumulada.

Partimos de Agua Grande a las 9 am y decidimos intentar una variante del camino que salía por detrás del pueblo y que aparentaba dirigirse hacia Uspallata al igual que la ruta original. Imprimimos un poco de ritmo y en una hora ya estábamos nuevamente sobre el track original, deteniéndonos para admirar el Cerro de los Siete Colores.

Aprovechamos la oportunidad para cambiar una de las cubiertas de la SW4, que tenía una laja clavada. Sesión de fotos incluida y estábamos en marcha hacia Uspallata media hora más tarde.

Llegamos a la YPF de Uspallata y mientras Pablo arreglaba la rueda, algunos aprovechamos el baño de la estación de servicio para los cuidados de la higiene personal. Nos juntamos luego para decidir si encararíamos hacia el sur, para intentar un Confluence cercano al pueblo de Cacheuta, o si enfilábamos hacia Penitentes, ya que nos habían comentado de la excepcional nevada en la zona.

Decidimos encarar hacia penitentes para jugar un rato en la nieve y almorzar algo en la base del centro de ski. El camino se hizo lento debido a la obligatoriedad de llevar cadenas sobre un asfalto prácticamente seco... cosas de Gendarmería. Almorzamos y continuamos subiendo cerca de las tres de la tarde, con la idea de visitar Puente del Inca y la laguna de los Horcones. Lamentablemente, este último paseo fue imposible de realizar ya que gendarmería había cerrado el paso de vehículos más allá del puesto de control fronterizo.

Sacamos las cadenas y regresamos hacia Cacheuta para ahora si, ir en búsqueda del Confluence. Los caminos de la zona estaban en pésimo estado, pero la ausencia de tránsito nos alentó a llevar un ritmo alegre, que nos llevó hasta las cercanías del confluence con tiempo suficiente para intentarlo.

Encaramos por un camino de tierra sin saber hacia donde se dirigía con precisión.
Estábamos en búsqueda de una línea sísimica, visible en la imagen satelital, por la cual pensábamos transitar hasta las cercanías del punto que buscábamos. Esta línea estaba completamente erosionada, principalmente cortada por ríos de deshielo (secos en estos momentos), y ofrecía desafiantes trepadas y ángulos para cruzar.

Avanzamos casi dos kilómetros, pero algunas de las subidas comenzaron a traer complicaciones a la última chata de la caravana, que debió trepar a malacate en un par de oportunidades.

Adelante estábamos Pablo y yo, algo separados del grupo. Habíamos continuado avanzando hasta el lugar donde pensábamos doblar a la izquierda y enfilar en línea recta. Lamentablemente, llegamos hasta el punto seleccionado pero el terreno estaba impasable. Necesitaríamos planchas y escaleras para superar los escalones de más de un metro que estábamos encontrando, pero éstas estaban en las chatas de Sebas y Javi, más de mil metros para atrás.

Decidimos esperar que Javier y Sebas avanzaran, y una vez que nos reunimos, tomamos la decisión de suspender la búsqueda y regresar. Faltaban solo 1900 metros para el conflu, pero será la próxima vez. Eran ya las nueve de la noche y aún debíamos regresar hasta Mendoza para pasar la noche y partir hacia Buenos Aires al día siguiente.

Llegamos a la cabaña cerca de las diez, y nos bañamos mientras Sebas y Guille preparaban un asado. Vimos las fotos todos juntos, y luego de un rato de charla y comentarios sobre los hermosos lugares visitados, cada uno encaró su cama para aprovechar al máximo el tiempo para dormir.

El regreso fue bastante placentero, aunque la bienvenida que ofrecen los accesos a Buenos Aires luego de los fines de semana largos (tránsito y desorden) no es la más alentadora.

Nos despedimos en una estación de servicio y mientras nos alejábamos empezamos a planificar la próxima salida...

TOYOTA ADVENTURE TEAM