Hoja 2

Nos levantamos tranquilos para desayunar y recorrer Chicoana, ya que sabíamos que la acción comenzaría recién al mediodía. Subimos a las camionetas alrededor de las 10:00hs y enfilamos hacia el dique Cabra Corral, donde todo el equipo de Norte Rafting http://www.norterafting.com nos esperaba para darnos un chapuzón en las frías aguas del río Juramento.

Rody Palacios y su gente merecen nuestro más sincero agradecimiento y reconocimiento por soportar a estos seis (cinco viajeros y un guía un poco alocado) personajes que rezongaban al tener que meter el remo en el agua o al salpicarse pasando por los rápidos.

Tras casi dos horas de descenso, la balsa se orillaba sobre la izquierda del río, dejándonos ver la impronta de otro animal que bastante tiempo atrás había caminado por allí.
Quizás no estábamos tan sorprendidos como el día anterior, debido a que estos seis “recién egresados” todavía estábamos mojándonos entre nosotros con los remos o tratando de arrojarnos unos a otros por la borda…

Después de estudiar y fotografiar las huellas, y también después de digerir la nueva sorpresa que produjo en nosotros este rastro del paso del tiempo -estas nuevas huellas estaban situadas sobre una pared frente a nosotros- giramos la cabeza para descubrir un paisaje por demás extraño.

Ante nosotros se extendía una vasta llanura sobre la que se entremezclaban verdes y ocres de plantas con rojos y grises de piedras. Hasta aquí, esta era una llanura más, como cualquier otra. Su “única” particularidad era que estaba inclinada a casi noventa grados respecto del horizonte y sólo inclinando la cabeza también, era posible imaginarse que esta montaña había sido alguna vez un “horizonte horizontal”.

Hasta aquí, el 66% del objetivo estaba cumplido, por lo que decidimos deshacernos de todo equipo electrónico a bordo y dedicarnos a relajarnos terminando la labor de arrojarnos fuera de la balsa unos a otros, Gary incluido. A bordo, solo quedó Pablito Pérez, quien inteligentemente había encintado el GPS a su cuerpo con silver tape, lo que lo salvó del refrescante chapuzón.

Terminamos el recorrido agradeciendo nuevamente la labor de la gente de Norte Rafting quienes hasta nos convidaron con café, para recuperar la temperatura corporal. Recomendamos a todo aquel que nunca tuvo oportunidad de bajar algún río de esta manera, que no dude en hacerlo, y si pueden, háganlo con Rody y compañía… no se van a arrepentir!

Abordamos nuevamente las camionetas para despedirnos del Dique Cabra Corral tomando la RP 68 hacia el sur. Durante las próximas horas, “navegaríamos” el hermosísimo Valle de Cafayate hasta llegar al poblado La Punilla, donde nuestro rumbo pasó a ser noroeste para tomar la RN 40 hasta Angastaco.

Hay veces en que la frase “Una foto dice más que mil palabras” se convierte en absoluta realidad. Lugares como La Garganta del Diablo o El Anfiteatro son algunos de ellos. Toda esta zona esta repleta de infinitos lugares más que cumplen esta misma premisa.

Ya en Angastaco, nos acomodamos dentro de las habitaciones de la hostería y durante una frugal cena regada con vino de la casa, comenzamos a imaginar como sería el duro recorrido del día siguiente.

Nuestro plan era simple: avanzaríamos por la quebrada del río Tonco hasta donde pudiéramos acceder con las camionetas dentro del valle. Desde allí, caminaríamos hasta la mina Don Otto, que suponíamos distante unos tres kilómetros desde el comienzo de este valle. Esta mina funcionó desde 1963 hasta 1983 produciendo la materia prima de la cual procesada debidamente se obtiene uranio enriquecido y otros minerales estratégicos. En la explotación participó Fabricaciones Militares y estuvo a cargo hasta su cierre la Comisión Nacional de Energía Atómica (C.N.E.A.).

En esta zona, esperábamos encontrar algún tipo de acceso a la tan mentada pared de huellas descubiertas por el Dr. Ricardo Alonso y publicadas por la National Geographic Society en 1991. Gary nos comentó cuan entusiasmado estaba respecto a la posibilidad de abrir este nuevo camino, ya que al igual que para el Dr. Ricardo Alonso, representaba una puerta de entrada al valle superior del río Tonco, uno de los sitios de mayor interés geológico de nuestro país. A la mañana siguiente tendríamos oportunidad de probar la validez de nuestra teoría.

Rosa, la señora encargada de la hostería de Angastaco, nos recibió cordialmente a las 06:45hs para desayunar con pan tostado, manteca, dulce y café para todos. La excitación y la ansiedad era visible en nuestros rostros, al tiempo que presurosamente abordábamos las camionetas lanzándonos en búsqueda del último objetivo de esta primera etapa del viaje.

 

Gary había comentado que los quince kilómetros de la RN 40 que nos separaban de la quebrada del río Tonco, eran un espectáculo para disfrutar a la luz del amanecer, y por supuesto no se equivocó. Lugares como Corte El Cañón o Corte de la Flecha, lucían magnificentes en un hermoso contraste claroscuro producido por la tenue luz del sol naciente.

 


Llegamos a la quebrada e ingresamos con rumbo norte surcando el lecho del río que se presentaba a veces arenoso y otras veces pedregoso, lo que dificultaba un poco nuestro transitar. En poco menos de veinte minutos, llegamos ya a la imponente boca de ingreso al valle de río Tonco por el cual avanzamos lentamente en primera o segunda de baja hasta donde se nos hizo imposible continuar.

Munidos de eslingas y sogas, equipo fotográfico, GPS, agua y linternas nos propusimos atravesar este imponente valle. Rodeados de rojizas paredes de inmensas proporciones, caminamos casi por dos horas sin dejar pasar un minuto para comentar sobre la infinita hermosura de esta obra maestra de la naturaleza que se lucía majestuosa frente a nosotros. La humilde creencia de ser unos de los pocos privilegiados en disfrutar alguna vez de este paisaje tan virgen acrecentaba aún más la especial sensación que se respiraba hasta por los poros.

Nuestras sonrisas continuaban dibujadas en nuestros rostros a pesar de los inmensamente difíciles obstáculos que debíamos sortear. Algunos de éstos, requirieron de diversos intentos y estrategias para ser dejados atrás. Piedras del tamaño de varios pisos de altura intentaban detener nuestro avance, casi caprichosamente dispuestas dentro de este hermoso escenario. Colgando, trepando o saltando, fuimos descubriendo cada vez mas esta complicada pero bellísima nueva senda, hasta que la Madre Naturaleza dijo basta a piedrazas, que se manifestaron en forma de un pequeño pero convincente derrumbe que terminó sobre la cabeza de Gusti y nos persuadió de regresar.

Todo el camino de vuelta sirvió para subrayar la belleza del lugar y cargar las pilas, diseñando una nueva estrategia para llegar a las huellas. Almorzamos al lado de las chatas y emprendimos el camino hacia el ingreso tradicional a través del Parque Nacional Los Cardones. Raudamente atravesamos Angastaco, Molinos, Seclantas y desde allí empalmamos la recta Tintin.

Cruzamos el parque y con buen ritmo nos adentramos por la ruta de acceso tradicional a la mina Don Otto. El camino se presentaba en sorprendente buen estado, lo que nos permitió estar golpeando la puerta de la casa del cuidador de las instalaciones de la mina, tan solo tres horas y ciento setenta kilómetros de ripio después de nuestro almuerzo.

Don Velásquez se mostraba un poco reticente para brindarnos información respecto de los sitios de huellas de nuestro interés (“Nooo... Acá huellas no hay…”, Velásquez dixit), hasta que finalmente accedió a indicarnos el camino de acceso a la entrada principal de la excavación.

Consultado por Gary, el Dr. Ricardo Alonso nos indicó que en ese lugar debíamos encontrar sin dificultad hasta seis pisadas de algún carnívoro del período cretácico superior. Lamentablemente nuestro experto en huellas ya no nos acompañaba por lo que nos resultó muy dificultoso precisar donde se encontraban y cuales de todas las ondulaciones de la superficie eran realmente pisadas de dinosaurio… que calentura!!!

¿Qué hacer entonces con casi una hora mas de sol disponible y sin la certeza de haber encontrado alguna de las huellas? Mientras decidíamos que curso de acción tomar, notamos con cierto alivio que el valle que intentábamos atravesar por la mañana y el punto máximo hasta el que llegamos a avanzar dentro de él, se encontraban a mas de seis kilómetros de distancia y casi setecientos metros de diferencia de altura. Hubiera sido imposible llegar a través del mencionado recorrido al lugar donde nos encontrábamos actualmente.

Decidimos entonces intentar llegar hasta el yacimiento Los Berthos, donde se encuentra otro conjunto de huellas –éstas, las mas famosas de todas, las que aparecieran en la nota de National Geographic Society-. Este punto se encontraba a unos 20 kilómetros de distancia ubicado sobre el cordón montañoso oeste del valle superior de río Tonco y demoramos más de treinta minutos en llegar.

Con el sol ya oculto detrás de las montañas, pusimos la baja y encaramos hacia la supuesta ubicación de las huellas, aunque al llegar allí, la falta de luz impedía todo intento de alcanzarlas en ese momento.

Con la vista fija en el piso y tomándonos el tiempo para decidir que hacer, pudimos identificar las pisadas de algún vehículo que había circulado por ahí mismo algunos días antes… Acaso Mauricio y sus compañeros de equipo estuvieron por aquí?

Gary nos explicó con mucha paciencia para no alterar nuestros ánimos que aún siendo de día hubiera sido imposible escalar la pared inferior que nos separaba de las huellas, ya que las escaleras de acceso habían sido retiradas por la C.N.E.A. unos años atrás.

Emprendimos la retirada del lugar, un poco resignados pero aun con la esperanza de que las fotos tomadas a las superficies donde debía haber huellas revelen ante los ojos de los especialistas la existencia de las mismas.

Llegamos a Cachi para cenar casi a las 23:00hs, una rica cazuela de cabrito que nos esperaba en el restaurante “El Aujero”. Brindamos por el fin de la odisea, por las amistades –nuevas y viejas- y por que sí, nomás…

Ya relajados por los brindis, comenzaron a surgir diversas teorías sobre los motivos por los cuales la existencia de las huellas en el lugar visitado está tan “celosamente” resguardada. ¿Por qué todos dicen no conocer las huellas?
¿Por qué han quitado las escaleras?
¿Por qué los caminos están en excelente estado si la mina hace veinte años que dejó de producir?
¿Por qué Sibarita es tan rica?
¿Por qué la gallinita dijo eureka?

Nos levantamos al día siguiente sabiendo que esos interrogantes no tendrían respuesta inmediata, pero con la satisfacción de la tarea cumplida y con muchas ganas de continuar recorriendo el impactante Noroeste Argentino.

Luego de visitar la Iglesia y el Museo Arqueológico de Cachi, regresamos a Salta Capital para dejar a Gary, nuestro guía y nuevo amigo.

Almorzamos aproximadamente a las 15:00hs todos juntos, donde algunos eligieron las comidas regionales y otros prefirieron la seguridad de un plato conocido proporcionado por... Mc Donald’s!!!

Después de unos cuantos abrazos, algunas cervezas y muchas de esas promesas que se hacen a los nuevos amigos, enfilamos hacia Tilcara para pasar la noche.

Leé el resto de esta historia en la Etapa II…

etapa II

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